Ayer por la tarde, sobre las 7, atravesando la muy marica madrileña plaza Vázquez de Mella, pleno barrio de Chueca, una señora paseaba tranquila su perro salchicha (o engendro similar) cuando, al cruzarnos con ella, la muy desgraciada, como poseída por el mismísimo Satanás, coge y salta...
Tal cual, con todo su coño y todo su perro salchicha y en pleno Chueca, que es como si te vas a la Almudena a misa mayor del domingo y te cagas en Dios en pleno altar. La razón es que había en un banco de la plaza unos maricones comiéndose a besos ahí, a horcajadas; besos y no otra cosa, que hacía un frío que no veas, vamos... como para bajarse los pantalones. Yo no sé si al pasar por ahí nosotros ella quiso buscar cierta complicidad, pero sólo consiguió esta respuesta por mi parte...
Y me quedé más a gusto que una parturienta de quintillizos. Y es que lo mejor hubiese sido plantarse delante de ella y razonar o, simplemente, explicarle un par de cosas, pero mira, no, no tengo ganas de explicarle a una señora una cosa básica sobre la convivencia y el respeto, prefiero que ella sepa lo que se siente cuando se lo dicen a ella, aunque maricón o chocho no sean insultos, ¿eh? Lo malo de esto es el tono ofensivo y la mala intención.
Más de uno pensará que lo mejor es no hacerle aprecio alguno y no ponerse a su nivel, pero yo ni nací en Galilea ni pongo la otra mejilla, y no me pienso callar cuando alguien atenta contra la libertad que nos hemos ganado los maricones y las bolleras de hacer lo que puede hacer cualquier hetero: no me da la gana. Callarse es hacerles creer que tienen razón y que piensen que callamos porque otorgamos, y de eso nada de nada, y no hay que callarse en ningún lugar cuando intentan humillarte por lo que eres, y conste que todos, en petit comité, hacemos comentarios políticamente incorrectos, muchas veces más en broma que en serio, pero de ahí a hacerlos públicos para hacer daño, no.
Esta ha sido mi reflexión del lunes.
Con amor,
Otto.
"¡Qué asco de maricones, por todas partes!"
Tal cual, con todo su coño y todo su perro salchicha y en pleno Chueca, que es como si te vas a la Almudena a misa mayor del domingo y te cagas en Dios en pleno altar. La razón es que había en un banco de la plaza unos maricones comiéndose a besos ahí, a horcajadas; besos y no otra cosa, que hacía un frío que no veas, vamos... como para bajarse los pantalones. Yo no sé si al pasar por ahí nosotros ella quiso buscar cierta complicidad, pero sólo consiguió esta respuesta por mi parte...
"¡Qué asco de chocho usted! ¡ZORRA!"
Y me quedé más a gusto que una parturienta de quintillizos. Y es que lo mejor hubiese sido plantarse delante de ella y razonar o, simplemente, explicarle un par de cosas, pero mira, no, no tengo ganas de explicarle a una señora una cosa básica sobre la convivencia y el respeto, prefiero que ella sepa lo que se siente cuando se lo dicen a ella, aunque maricón o chocho no sean insultos, ¿eh? Lo malo de esto es el tono ofensivo y la mala intención.
Más de uno pensará que lo mejor es no hacerle aprecio alguno y no ponerse a su nivel, pero yo ni nací en Galilea ni pongo la otra mejilla, y no me pienso callar cuando alguien atenta contra la libertad que nos hemos ganado los maricones y las bolleras de hacer lo que puede hacer cualquier hetero: no me da la gana. Callarse es hacerles creer que tienen razón y que piensen que callamos porque otorgamos, y de eso nada de nada, y no hay que callarse en ningún lugar cuando intentan humillarte por lo que eres, y conste que todos, en petit comité, hacemos comentarios políticamente incorrectos, muchas veces más en broma que en serio, pero de ahí a hacerlos públicos para hacer daño, no.
Esta ha sido mi reflexión del lunes.
Con amor,
Otto.